Se trata de un espectáculo cargado hasta los dientes de reprimendas gratuitas a la conciencia de estar vivos, por aquello de que podríamos hacer más para que todo mejorará pero preferimos echarle la culpa al otro de nuestro hastío. El Cojinete de Patarrás pretende visitarlo todo sin sacar el pasaje, tocarlo sin quitarse el guante, mirarlo dormido, olerlo trancado y oírlo con cascos. El sabor de las tardes de domingo sin fútbol nos ha agrietado el paladar y por sus grietas se filtran las banalidades que soltamos por la boca: corrupción, granjas, libertad, serendipia, nuevas tecnologías, migración, rúcula, horizonte vital… como siempre fraccionada la locución en sketchs, ataviados con pelucas despeinadas y pintura blanca en la cara. De resto nada, música, volteretas y risas si es menester. Eso sí, con mucho amor por lo que se hace.